Jesús Esperanza de Gloria

Jesús Esperanza de Gloria

domingo, 30 de junio de 2013

Certeza 3

J.C.Ryle
2. UN CREYENTE PUEDE NO LLEGAR A TENER NUNCA ESTA ESPERANZA SEGURA Y DE TODOS MODOS SER SALVO.
No desearía provocar que un corazón arrepentido entristezca si Dios no lo ha hecho triste, o desalentar a un desvanecido hijo de Dios, o causar la impresión que los hombres no tienen parte o mucho de Cristo, excepto que sientan la certeza.
Una persona puede tener fe salvadora en Cristo y aun así nunca disfrutar de una confianza segura como la que el apóstol Pablo tuvo.  Creer y tener una vislumbrante esperanza de aceptación es una cosa, tener “el gozo y la paz” en nuestra creencia y abundar en esperanza, es otra muy distinta.   Todos los hijos de Dios tienen fe, no todos tienen certeza.  Pienso que esto no debe olvidarse nunca.
Sé que algunos hombres grandes y buenos han mantenido una opinión diferente.  Creo que muchos excelentes ministros del evangelio, a cuyos pies gratamente me sentaría, no permiten la distinción que he hecho.  No deseo llamar a ningún hombre maestro.  Temo, como cualquier otro, a la idea de sanar las heridas de conciencia ligeramente, pero  no debo pensar en ningún otro punto de vista que aquel que he dado al predicar un evangelio mucho más incómodo, y uno muy propenso a retener  las almas por un largo tiempo ante las puertas de vida.
No me encojo al decir que por gracia un hombre puede tener suficiente fe para  volar a Cristo – realmente suficiente fe  para permanecer en El, realmente confiar en El, realmente ser un hijo de Dios, realmente para ser salvo y aun así hasta el último de sus días nunca haber estado libre de la ansiedad, duda y miedo.
“Una carta”, dice un Viejo escritor, “puede escribirse, aunque no sea sellada, del mismo modo la gracia puede escribirse en el corazón y aun así el Espíritu puede no colocar su sello de certeza en él”.
Un niño puede nacer heredero de una gran fortuna y aún nunca ser consciente de sus riquezas, puede vivir pueril, morir pueril y nunca saber la grandeza de sus posesiones.  Y de ese mismo modo un hombre puede ser un bebé en la familia de Cristo, pensar como un bebé, hablar como un bebé y, aunque salvo, nunca disfrutar una esperanza viva o saber de los privilegios reales de su herencia.
Que ningún hombre confunda mi decir cuando aludo vigorosamente a la realidad, privilegio e importancia de la certeza.   No hagan la injusticia de decir que  enseño que ninguno es salvo excepto aquel que pueda decir junto con Pablo “Yo sé y estoy convencido… hay una corona dispuesta para mí”.  No estoy diciendo eso.  No enseño eso.
Más allá de cualquier cuestionamiento, un hombre debe tener fe en el Señor Jesucristo si va a ser salvo.  No veo ninguna otra forma de acceder al Padre.  No veo intimidad con la misericordia excepto a través de Cristo.  Un hombre debe sentir  sus pecados y estado de perdición, debe venir a Jesús por perdón y salvación, debe poner su esperanza en El, y en El solamente.  Sin embargo, si solo tiene fe para hacer esto, sin importar cuán débil y feble esa fe sea, comprometo en decir  con las garantías que da la Escritura, que nunca perderá el cielo.
Nunca, nunca restrinjamos la libertad del glorioso evangelio o cortemos sus justas proporciones.  Nunca hagamos la puerta más estrecha y el camino más angosto de lo que el orgullo y el amor al pecado ya han hecho.  El Señor Jesús es piadoso y tiene misericordia tierna.  El no observa la cantidad de fe, sino la calidad; no mide sus grados, sino su verdad.  El no romperá ningún  carrizo magullado, ni sofocara ningún lino humeante.  Nunca permitirá que se diga que alguien pereció a los pies de la cruz.  “Aquel que viene a Mi”, dice, “no será desamparado” (Jn 6:37).
¡Si!  Aunque la fe del hombre no sea más grande que la semilla de un grano de mostaza, si sólo lo trae a Cristo, y lo posibilita de tocar el dobladillo de Su vestido, será salvo –tan salvo  como los santos más ancianos en el paraíso, tan salvo como completa y eternamente lo han sido Pedro o Juan o Pablo.   Hay grados en nuestra santificación; en nuestra justificación, ninguno.  Lo que está escrito, escrito está y nunca fallará:  “Cualquiera que cree en El”,  no dice cualquiera que tiene una fe firme y poderosa, “Cualquiera que cree en El, no será avergonzado” (Rom. 10:11).
Pero debe recordarse siempre, que un alma pobre en creer puede no tener certeza completa de su perdón y aceptación de Dios.  Puede tener miedo tras miedo, duda tras duda.  Puede tener mucho cuestionamiento interior y ansiedad, muchas luchas, y mucho recelo, nubes y oscuridad, tormentas y tempestades hasta el final.
¿Una fe simple y desnuda  en Cristo salvará a un hombre aunque nunca pueda alcanzar la certeza, pero lo llevará al cielo con consuelo abundante y fuerte?  Concedo que podrá atracar seguro en el puerto pero no concedo que entrará en el puerto a plena navegación, confiado y regocijado.  No me sorprendería si alcanza el deseado refugio contra el clima -golpeado y arrojado por la tormenta-  sin darse cuenta apenas de su propia seguridad sino sólo hasta el momento en que abra sus ojos en la gloria.
Un investigador de la religión podría encontrar más entendimiento si hiciera estas simples distinciones entre fe y certeza.   Es muy fácil confundir ambas.  Fe, recordemos, es la raíz y la certeza es la flor.  Sin duda que nunca tendrá la flor sin la raíz, pero no es menos cierto que usted puede tener la raíz y no la flor.
Fe es esa pobre mujer temblorosa que vino detrás de Jesús y tocó el dobladillo de Su vestido (Mar. 5:25).  Certeza es Felipe parado en calma, en medio de sus asesinos diciendo “Veo los cielos abiertos, y el Hijo del hombre parado a la derecha de la mano de Dios” (Hec. 7:56).
Fe es el ladrón penitente, gritando “Señor, recuérdeme” (Luc 23:42).  Certeza es Job, sentado en el polvo, cubierto de llagas, diciendo “Sé que mi Redentor vive” (Job 19:25).  “Aunque El me de muerte, aún confío en El” (Job 13:15).
Fe es el grito ahogado de Pedro, cuando comenzó a hundirse, “¡Señor, sálvame!” (Mat. 14:30).  Certeza es el mismo Pedro declarando ante el consejo en los tiempos posteriores “Esta es la  piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. 12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hec. 4:11,12).
Fe es la ansiosa y trémula voz “Señor, yo creo, ayuda a mi incredulidad” (Mar 9:24).   Certeza es el desafío confiado ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Quién es el que condena? (Rom. 8:33, 34). Fe es la oración de Saulo en la casa de Judas en Damasco, lleno de pesar, ciego y solo (Hec. 9:11).  Certeza es Pablo, cuando prisionero, mirando calmadamente la tumba y diciendo “Yo sé en quien he creído.  Hay una corona para mi” (2 Tim. 1:12, 4:8).
Fe es vida.  ¡Cuán grande bendición!  ¿Quién puede describir o darse cuenta del golfo que existe entre la vida y la muerte?  ”Un perro que vive es mejor que un león muerto” (Ecl. 9:4).  Y aun así la vida puede ser débil, enferma, insalubre, dolorosa, fastidiosa, ansiosa, fatigosa, aburrida, triste, sin sonrisas hasta el final.  Certeza es más que vida.  Es salud, fortaleza, poder, vigor, actividad, energía, humanidad, belleza.
No es una cuestión de “ser salvo o no” la que se pone ante nosotros sino el “privilegio o el no privilegio”.   No es una cuestión de paz o no paz, sino de gran paz o poca paz.  No es una cuestión entre los errantes de este mundo y la escuela de  Cristo:  es aquel que únicamente pertenece a la escuela; es lo se encuentra entre la primera y las últimas formas.
Aquel que tiene fe hace bien.  ¡Debería estar feliz si todos los lectores de este mensaje la tienen, tres veces bendecidos son aquellos que creen!  Están seguros. Están limpios. Están justificados.  Están más allá del poder del infierno.  Satanás, con toda su malicia, nunca los arrancará de la mano de Cristo.  No obstante aquel que tiene certeza lo hace mucho mejor –ve más, siente más, sabe más, disfruta más, tiene más días como aquellos de los que se habla en Deuteronomio “los días del cielo en la tierra” (Deut. 11:21)
Traducido por Erika Escobar

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