Jesús Esperanza de Gloria

Jesús Esperanza de Gloria

viernes, 28 de junio de 2013

Certeza

J.C.Ryle

Primera parte.

“Yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, Juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman Su venida” (2 Tim. 4:6-8).


Aquí vemos al apóstol Pablo mirando en tres dimensiones: Hacia abajo, hacia atrás, hacia adelante –hacia abajo, a la tumba; hacia atrás, su propio ministerio; hacia adelante, ¡por el gran día, el día del juicio!

Nos haría bien estar al lado del apóstol Pablo por unos pocos minutos y advertir las palabras que usa. ¡Feliz es el alma que puede mirar donde Pablo miró y luego hablar como Pablo habló!

a. El mira hacia abajo, a la tumba y lo hace sin temor. Escuche lo que él dice: “Estoy listo para ser sacrificado”. Soy como un animal presentado en el lugar del sacrificio y estoy atado al altar. La bebida ofrecida, la que generalmente acompaña a la ofrenda, está lista para ser escanciada. Ya se han efectuado las últimas ceremonias; cada preparación ha sido hecha. Sólo resta recibir el aliento de la muerte y, luego, todo terminará.

“El tiempo de mi partida está cercano”. Soy como un barco cuyas amarras están prontas a soltarse para a navegar. Todo está a bordo preparado. Espero solamente soltar las amarras que me atan a la orilla y emprender mi viaje.

¡Estas son palabras extraordinarias que salen de los labios de un hijo de Adán como somos nosotros mismos! La muerte es una cosa solemne y lo es más aún cuando la vemos aproximarse a nosotros. La tumba es un lugar frio y nauseabundo, y es vano pretender que no involucra terrores. Aun así, he aquí un hombre mortal que puede mirar calmadamente en la angosta “casa asignada para todos los vivientes” y dice, mientras espera en la orilla, “Lo veo todo y no tengo temor”.

b. Escuchémoslo nuevamente a él. El mira hacia atrás a su vida de ministerio y lo hace sin vergüenza alguna. Escuchemos lo que él dice: “He peleado la buena batalla”. Aquí habla como un soldado. He peleado la buena batalla con el mundo, la carne y el mal, por las cuales muchos encogen y dan pie atrás.

“He terminado mi camino”. Allí habla como uno que ha corrido por un premio. He corrido la carrera que me fue designada. He ido a través de la huella que me asignaron sin importar lo áspero y escarpado. No me he desviado a causa de las dificultades ni me he desanimado por lo largo del camino. Al final estoy viendo el objetivo.

“He guardado la fe”. Aquí habla como un mayordomo. He mantenido firme el glorioso evangelio que me fue confiado. No lo he mezclado con las tradiciones del hombre ni dañado su simplicidad, agregando mis propias invenciones ni he permitido a otros adulterarlo sin resistirlos en sus caras. “Como un soldado, un corredor, un mayordomo”, parece decir, “No estoy avergonzado”.

Feliz es aquel cristiano que puede abandonar el mundo y dejar tal testimonio tras de sí. Una buena conciencia no salvará a ningún hombre, no lavará ningún pecado, y no elevará al cielo, ni tan siquiera en la anchura de un cabello, aunque una buena conciencia puede ser un visitante agradable al borde de nuestro lecho de muerte. Existe un buen pasaje en el Progreso del Peregrino que describe el paso del viejo Honesto a través del rio de la muerte. “El río,” dice Bunyan, “en ese tiempo sobrepasó sus bancos, pero el Señor Honesto a lo largo de su vida había hablado a una Buena Conciencia encontrarlo allí, lo cual él también hizo, y le tendió su mano y lo ayudó a cruzar”. Podemos estar seguros, que hay un tesoro de verdad en ese pasaje.

c. Escuchemos una vez más al apóstol. El mira hacia adelante al gran día del ajuste de cuentas, y lo hace sin ninguna duda. Marque sus palabras: “Me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, Juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman Su venida”. “Una gloriosa recompensa”, parece decir, “está lista para mi” – incluso esa corona que es dada sólo a los justos. En el gran día del juicio el Señor me dará esa corona a mí y todos aquellos otros que lo han amado como un Salvador no visto y han ansiado verlo cara a cara. Mi trabajo en la tierra ha terminado. Sólo hay una cosa que me queda por esperar y nada más”.

Observemos que el apóstol habla sin vacilación ni desconfianza. El se refiere a la corona como una cosa segura y como ya propia. Declara con una confianza inquebrantable su firme convicción de que el Juez justo se la dará. Paulo no era un extraño a las circunstancias y acompañamientos de ese solemne día al que hacía mención. El gran trono blanco, el mundo congregado, los libros abiertos, la revelación de todos los secretos, los ángeles que escuchaban, la horrible sentencia, la eterna separación de los perdidos y los salvados – todas esas eran cosas sobre las cuales estaba bien apercibido. No obstante ninguna de esas cosas lo conmocionaban. Su gran fe se sobreponía a ellas y sólo veía a Jesus, su Abogado predominante, y la sangre rociada y los pecados lavados. “Una corona”, dice, ”está dispuesta para mí”. “El Señor mismo me la dará”. Habla como si lo viera todo con sus propios ojos.

Esos son los principales puntos que estos versículos contienen. No hablaré de todos ellos porque quiero centrarme en un tema especial en esta exposición. Intentaré considerar tan solamente un punto del pasaje bíblico. Este punto es la potente “certeza de esperanza”, con la cual el apóstol espera su propio desenlace en el día del juicio.

Consideraré el tema sin dificultades pero, al mismo tiempo con temor y temblor. Siento que estoy pisando un terreno difícil y que es fácil hablar atolondradamente y sin base bíblica en esta materia. El camino entre la verdad y el error aquí es especialmente angosto, y si se me habilita a hacer el bien a algunos sin hacer daño a otros, estaré muy agradecido.

Expondré la realidad Escritural para una esperanza segura, así como explicare por qué algunos aún siendo salvos nunca la consiguen. También, explicaré por qué la promesa es deseable y remarcaré por qué es tan raramente adquirida.

Si no estoy demasiado equivocado, existe una intima conexión entre la verdadera santidad y la certeza. Antes de que cierre este mensaje, espero mostrar a mis lectores la naturaleza de esa conexión. Por ahora, me contentaré con decir que donde hay mucha santidad existe generalmente mucha certeza.

Traducido por Erika Escobar

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