Jesús Esperanza de Gloria

Jesús Esperanza de Gloria

sábado, 1 de junio de 2013

LA EVIDENCIA VISIBLE DE LA SANTIFICACION

J.C.Ryle
¿Cuáles son las marcas visibles en un hombre santificado?  ¿Qué esperaríamos ver en él?  Esta es una arista muy amplia y complicada del tema.  Es amplia porque ello requiere mencionar muchos detalles que no pueden manejarse completamente en los límites que impone un mensaje como este.  Es difícil porque no puede ser abiertamente  tratada sin ofender a nadie.   Pero la verdad debe decirse a pesar del riesgo, y una  verdad de esta magnitud debe ser dicha especialmente en nuestros días.
  1. La verdadera santificación no consiste en hablar de religión simplemente.  Este un punto que nunca debe ser echado al olvido.  El vasto aumento en educación y prédicas en los últimos tiempos hace absolutamente necesario elevar una voz de advertencia.  Las personas oyen mucho de la verdad del evangelio y ellos contraen  una familiaridad no santa con sus palabras y frases, y algunas veces hablan con fluidez acerca de sus doctrinas de forma tal  que puede pensarse que son verdaderos cristianos.   Un hecho que enferma y disgusta oír es el lenguaje sereno y frívolo que muchos utilizan para referirse a la “conversión”, “el Salvador”, “el evangelio”, la” paz encontrada”,  “gracia gratuita” y todo lo parecido a eso, mientras ellos están visiblemente viviendo en el pecado y en el mundo. ¿Podemos dudar que una conversación de ese tipo es abominable a la vista de Dios y que es un poco menor que maldecir, jurar y tomar el nombre de Dios en vano?  La lengua no es el único miembro que Cristo declara darnos para Su servicio.  Dios no desea que Su pueblo sea sólo tubos vacíos, agradables bronces y tintineantes címbalos.  Debemos ser santificados no sólo “en la palabra y la lengua, sino en buenas obras y en verdad” (1 Jn 3:18).

  1. La santificación no consiste en sentimientos religiosos temporales.   Este es nuevamente un punto acerca del cual una advertencia es profundamente necesaria.   Servicio de misiones y reuniones de avivamiento están atrayendo mucha atención en cada parte de la tierra y producen gran sensación.   La Iglesia de Inglaterra parece haber tomado un estilo de vida y exhibe nueva actividad, y debemos agradecer a Dios por ello, pero estas cosas conllevan sus peligros así como sus ventajas.  Donde quiera que se siembra el trigo, es por seguro que el diablo sembrará cizaña.   Se puede esperar que muchos parecerán estar conmovidos y tocados y  levantados por el efecto de la predicación del evangelio mientras que, en realidad, sus corazones no cambian en absoluto.  Una especie de excitación animal, que proviene del contagio de ver a otros llorando, regocijándose o conmovidos, es la verdadera razón de sus casos.   Sus heridas son sólo leves y la paz que dicen sentir es también a flor de piel.   Como los oyentes en los pedregales, ellos reciben la Palabra con gozo (Mat 13:20) pero luego se apartan y vuelven al mundo, y se ponen más duros y peor que antes.  Como la calabaza de Jonás, ellos súbitamente, se  levantan  y mueren en una noche.   No dejemos que se olviden estas cosas.  Estemos alerta en ese día de sanación de heridas leves y del grito de “paz, paz”, cuando no hay paz alguna.  Urjámonos cuando alguien muestra un nuevo interés en la religión para que él que no esté satisfecho con ninguna otra que no provenga del trabajo profundo y sólido de santificación del Espíritu Santo.  La reacción, luego de la falsa excitación religiosa, es la enfermedad más mortal del alma.  Cuando el demonio es sólo temporalmente echado fuera de un hombre al calor de un reavivamiento,  regresa constantemente a su casa,  haciendo que el último estado se vuelva peor que el primero.  Millón de veces es mejor comenzar tranquilamente, y luego “continuar firmemente en la Palabra” que comenzar apurados sin considerar el costo de mirar hacia atrás, como la esposa de Lot, y volver al mundo.  Declaro ahora que no conozco un estado del alma más peligroso que imaginar que fuimos nacidos de nuevo y santificados por el Espíritu Santo porque hemos sido presa de  unos pocos sentimientos religiosos.

3.  La verdadera santificación no consiste en formalismo y devoción externos.  Esta es una enorme ilusión, pero infelizmente una muy común.  Miles parecen imaginar que la verdadera santidad se refleja en una excesiva cantidad de religión corporal con constantes asistencias a los servicios de la iglesia, participar en la Cena del Señor y la observancia de fiestas y días especiales, en múltiples reverencias, giros, gestos y posturas durante la adoración, en usar determinada ropa, y usar fotos y cruces.   Admito abiertamente que algunas personas hacen estas cosas por motivos de conciencia y realmente creen que ellas ayudan  a su alma.  No obstante, temo que en muchos casos esta religiosidad externa es un sustituto para la santidad interior, y estoy bastante cierto que no es útil para la santificación de corazón.  Más que todo, cuando veo que varios seguidores de este tipo de cristiandad externa, sensual y de protocolo están absorbidos en la mundanería y su cabeza está de lleno en su pompa y vanidad sin vergüenza.  Siento que existe la necesidad de hablar claramente sobre esto. Habrá una inmensa cantidad de servicio corporal  mientras no exista ni una traza de real santificación.
4.  La santificación no consiste en el retiro de nuestro lugar en la vida y la renuncia a nuestros deberes sociales.   En cada época ha sido un cepo para muchos tomar esta línea de comportamiento para conseguir la santidad.  Cientos de ermitaños se han enterrado a sí mismos en la jungla, y miles de hombres y mujeres se han encerrado entre las paredes  de un monasterio o conventos bajo la vana idea que haciendo eso ellos se escaparían del pecado y se volverían inminentemente santos.  Ellos han olvidado que ningún cerrojo o barrera puede mantener al demonio fuera y que, donde quiera que vayamos  llevamos con nosotros las raíces de todo lo malo, en nuestros propios corazones.   Volverse un monje o una monja o integrarse a una “casa de misericordia” no es el camino principal a la santificación.  La verdadera santidad no hace que los cristianos evadan las dificultades sino enfrentarlas y sobrepasarlas.  Cristo hubiera querido que Su pueblo mostrara  que Su gracia no es una planta ornamental que puede crecer con fuerza bajo amparo, sino más bien una cosa fuerte, dura que puede florecer con cada relación de vida.  Es sólo cumplir con nuestro deber en el estado en que Dios nos ha llamado, ser como la sal en medio de la corrupción o la luz en medio de la oscuridad, que son los elementos primordiales de la  santificación.  No es el hombre que se esconde en su cueva sino aquel que glorifica a Dios, como  maestro o sirviente, padre o hijo, en la familia y en la calle, en los negocios y en el comercio, el que es el modelo de hombre santificado que dicen las Escrituras.   Nuestro Maestro mismo dijo en Su última oración: “No oro para que los saques del mundo sino para que los guardes del mal” (Jn 17:15).
5.  La santificación no es meramente un desempeño ocasional de buenas acciones.  Por el contrario, es el continuo trabajo de un nuevo principio celestial interior que fluye a través de nuestra conducta diaria en todo lo que hacemos, grande o pequeño.  No es como una bomba que sólo envía agua cuando se la activa, sino como una fuente perpetua de la cual  un caudal está siempre fluyendo, espontánea y naturalmente.  Como Herodes, cuando oyó que Juan el Bautista “hizo muchas cosas”, pero su corazón estaba irremisiblemente equivocado ante los ojos de Dios (Mar 6:20).  De igual modo  son los resultados de las personas en los presentes días que parecen tener ataques espasmódicos de “bondad”, como lo llamamos, y  hacen muchas cosas correctas bajo la influencia de la enfermedad, aflicción, muerte en la familia, calamidades públicas o en un reparo súbito de conciencia.  Un observador inteligente puede ver claramente, todo el tiempo, que esas personas no son convertidas y que ellas no saben nada de “santificación”.  Un verdadero santo, como Ezequías, lo será de todo corazón.  El considerará los mandamientos de Dios en todas las cosas para ser correcto y “detesta cualquier camino falso” (2 Cro 31:21, Sal 119:104).
6.  La genuina santificación se mostrará por sí misma en nuestro habitual  respeto a las leyes de Dios y nuestro habitual esfuerzo de vivir en obediencia a ella, como una regla de vida.  No hay error más grande que suponer que un cristiano no tiene nada que ver con la ley y los Diez Mandamientos porque no puede ser justificado al observarlos.  El mismo Espíritu Santo que convence al creyente de pecado por la ley y lo conduce a Cristo para justificación siempre lo guiará al uso espiritual de ley, como una guía amistosa, en busca de la santificación.  Nuestro Señor Jesucristo nunca minimizó los Diez Mandamientos, por el contrario, en su primer discurso público, el Sermón del Monte,  El los habló y mostró la naturaleza escrutadora de sus requerimientos.  Pablo nunca alivianó la ley, por el contrario, él dice “La ley es buena si el hombre la usa legítimamente”. “Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior” (1 Tim 1:8, Rom. 7:22).  Aquel que pretende ser un santo, mientras se burla de los Diez Mandamientos y piensa sólo en mentir, es hipócrita, estafa, tiene mal temperamento, difama, se embriaga y viola el séptimo mandamiento, está bajo una ilusión espantosa.  ¡Encontrará que es duro de probar que él es “santo” en el último día!
7. Una genuina santificación se mostrará a sí misma en un comportamiento habitual para hacer la voluntad de Cristo y para vivir por Sus preceptos prácticos.  Estos preceptos prácticos se encuentran dispersos en todos los cuatro Evangelios y especialmente en el Sermón del Monte.  Quien supone que ellos fueron hablados sin la intención de promover la santidad y que un cristiano no necesita hacerse cargo de ellos en su vida diaria es realmente un poco menos que un lunático y, a toda prueba, es una persona de sumo ignorante.  ¡Al escuchar a algunos hombres conversar y leer basados en los escritos de algunos otros hombres,  uno puede imaginar que nuestro bendito Señor cuando estuvo en la tierra nunca enseñó nada más que doctrina dejando en manos de otros el deber de la enseñanza práctica!   El más mínimo conocimiento de los cuatro Evangelios debería decirnos que esto es un completo error.   Lo que Sus discípulos deben ser y hacer es continuamente presentado por las enseñanzas de nuestro Señor.  Un hombre verdaderamente santificado nunca olvidará esto.  Él sirve a un Maestro que dijo: “Ustedes son mis amigos, si ustedes hacen lo que yo les mando” (Jn. 15:14).
8.  Una genuina santificación se mostrará a sí misma en un deseo habitual de vivir a la altura de los estándares que Pablo puso ante las iglesias en sus escritos, que es el estándar que se encuentra en los capítulos finales de casi todas sus epístolas.  La idea que prevale en este último tiempo y que es común a muchas personas es que los escritos de Pablo están llenos de nada más que declaraciones doctrinales y temas controversiales –justificación, elección, predestinación, profecía y cosas como esas, lo que es completamente una ilusión y la triste prueba de la ignorancia sobre las Escrituras.  Desafío a cualquiera  a leer cuidadosamente los escritos de Pablo y encontrará en ellos una gran cantidad de simples directrices prácticas  acerca del deber de un cristiano en cada relación de su vida y sobre sus diarios hábitos, temperamento y comportamiento, los unos con los otros.  Estas directrices fueron escritas por la inspiración de Dios para la guía perpetua de los cristianos profesantes.  Aquel que no las atiende puede, posiblemente,  ser un miembro activo de la iglesia o de una congregación pero, sin duda, no es lo que la Biblia llama un hombre “santificado”.
9.  Una genuina santificación se mostrará a sí misma en la atención habitual a los dones activos que nuestro Señor tan bellamente ejemplificó, y especialmente al don de la caridad.  “Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen  unos a otros; como yo los he amado, que también se amen unos a otros. En esto conocerán todos los hombres que ustedes son Mis discípulos, si tienen amor los unos con los otros” (Jn 13:34, 35).  Un hombre santificado intentará hacer el bien en el mundo y disminuir el dolor y  aumentar la felicidad alrededor suyo.  Él se enfocará en ser como su Maestro, lleno de bondad y amor por todos –y  no es una palabra solamente cuando llamamos a la gente “querida”- sino por hechos y acciones y abnegación,  en la medida en que tenga la oportunidad.  El profesor cristiano orgulloso, quien se envuelve a sí mismo en su concepto de superioridad de conocimiento y parece no importarle nada si los otros se hunden o nadan, van al cielo o al infierno, a medida que camina hacia la iglesia en su mejor domingo y se llama un “potente miembro” – tal hombre no sabe nada de santificación.
10.  En el último lugar, una genuina santificación se mostrará a sí misma en una habitual atención a los dones pasivos de la cristiandad.  Cuando hablo de dones  pasivos, me refiero a esos dones que están  especialmente presentes  en la sumisión a la voluntad de Dios, y en soportarse y tolerarse los unos a los otros.  Pocas personas, quizá, al menos que hayan examinado el punto, tienen una idea de cuánto se dice acerca de estos dones  en el Nuevo Testamento y cuán importante rol parecen tener.  Este es un punto especial del cual Pablo se preocupa encomendándonos tomar nota de los ejemplos que nuestro Señor Jesucristo:  “Cristo  también sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo, que ustedes deben seguir su pasos,  aquel que no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca;  quien, cuando fue injuriado, no respondió con injurias; cuando sufrió, no amenazó sino encomendaba a Aquel que juzga justamente” (1 Ped 2:21-23).  Esta es “la” clave de profesión que la oración del Señor requiere que nosotros hagamos “Perdona nuestras transgresiones, así como nosotros perdonamos a nuestros transgresores”, y “el” punto que es observado al final de la oración.  Este es el punto que ocupa un tercio de la lista de los frutos del Espíritu entregados por Pablo.  Nueve son señalados y tres de éstos, paciencia, benignidad, bondad son incuestionablemente dones pasivos (Gál. 5:22,23).  Debo decir abiertamente que este es un tema no suficientemente considerado por los cristianos.  Los dones pasivos, sin duda, son más difíciles de asir en comparación con los dones activos, pero son precisamente los dones que tienen la mayor influencia en el mundo.  Una cosa es segura para mí: es una tontería pretender la santificación a menos que persigamos la bondad, benignidad, paciencia y perdón de las cuales la Biblia dice mucho.  Las personas que habitualmente regalan malhumor y enfado en su vida diaria y son constantemente ácidas con sus lenguas y desagradables con todos quienes las rodean, personas rencorosas, personas vengativas y revanchistas, personas maliciosas –de las cuales, alas, el mundo está simplemente lleno- saben muy poco como debieran saber sobre la santificación.
Traducido por Erika Escobar

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