Jesús Esperanza de Gloria

Jesús Esperanza de Gloria

sábado, 29 de junio de 2013

Certeza 2


J.C.Ryle


Segunda parte


1. UNA ESPERANZA SEGURA ES UNA COSA VERDADERA Y ESCRITURAL.


La certeza, como Pablo expresa en los versículos que encabezan este mensaje, no es una mera fantasía o sentimiento. No es el resultado de espíritus animales elevados, o de un temperamento sanguíneo del cuerpo. Es un evidente regalo del Espíritu Santo, otorgado sin referencia a la constitución física de los hombres, y un regalo que cada creyente en Cristo debe procurarse y tratar de conseguir.

En asuntos como estos, la primera pregunta es: ¿Qué dicen las Escrituras? Contesto esa pregunta sin la más mínima vacilación. La Palabra de Dios, me parece a mí, enseña claramente que un creyente puede obtener una confianza segura con respecto a su propia salvación.

Expreso de lleno y claramente, como una verdad de Dios, que un verdadero cristiano, un hombre convertido, puede alcanzar ese grado confortador de fe en Cristo, que en general lo lleva a sentirse enteramente confiado en el perdón y en la seguridad de su alma, raramente se mortificará con dudas, raramente se distraerá con miedos, raramente se estresará con cuestionamientos ansiosos. En breve, aunque desconcertado con muchos conflictos internos con el pecado, mirará la muerte sin temblar y el juicio sin decaer. Esto, digo, es la doctrina de la Biblia.

Tal es mi declaración de certeza. Desearía pedir a mis lectores que lo marquen bien. No digo ni nada más ni nada menos de lo que he fundamentado aquí.

Un pronunciamiento como este es a menudo objeto de disputa y negación. Muchos ni siquiera pueden ver la verdad del mismo.

La iglesia de Roma denuncia la certeza en los términos más desmedidos. El Concilio de Trento declara rotundamente que la “certeza de un creyente sobre el perdón de sus pecados es una confianza vana e impía”; y el Cardenal Belarmino, el renombrado campeón del Romanismo, la llama “el error fundamental de los herejes”.

La vasta mayoría de cristianos mundanos e irreflexivos que están entre nosotros se oponen a la doctrina de la certeza. Los ofende y enoja escuchar acerca de ella. No les gusta que otros se sientan cómodos y seguros porque ellos nunca se sienten así. ¡Pregúntenles si sus pecados son perdonados y ellos probablemente dirán que no lo saben! Que ellos no puedan recibir la doctrina de la certeza indudablemente no es asombroso.

Sin embargo hay algunos verdaderos cristianos que rechazan la certeza o escapan de ella como una doctrina llena de peligro. Consideran sus bordes dentro de la presunción. Parecen pensar que es una humildad adecuada nunca sentirse seguros, nunca estar confiados y vivir con un cierto grado de duda y suspenso acerca de sus almas. Esto es de lamentar y causa mucho daño.

Francamente admito que hay personas presuntuosas que declaran sentir una confianza de la cual ellos no tienen una garantía en las escrituras. Siempre hay algunas personas que piensan bien de ellos mismos cuando Dios piensa mal, así como hay otras que piensan mal de sí mismas cuando Dios piensa bien. Siempre habrá personas como estas. Nunca hasta ahora ha existido una verdad escritural que sea abusada o falseada. La elección de Dios, la impotencia del hombre, la salvación por gracia – de todas se abusa igualmente. Habrá fanáticos y entusiastas mientras el mundo exista. A pesar de todo esto, la certeza es una realidad y una verdad; y los hijos de Dios no deben permitirse ser confundidos de la verdad sólo porque se abusa de ella.

Mi respuesta para todos aquellos que niegan la existencia de una certeza real y bien asentada, es simplemente esta: “¿Qué dicen las Escrituras?” Si la certeza no está allí, no tengo nada más que decir.

¿Mas, no es Job quien dice: “Sé que mi Redentor vive, y que El estará hasta el último día en la tierra y aun después de que los gusanos destruyan mi cuerpo, aún en mi carne veré a Dios”? (Job 19:25,26).

¿No es David quien dice: “Aunque camine en valles de sombras de muerte, no temeré mal alguno porque Tú estás conmigo, Tu vara y Tu cayado me confortan”? (Sal 23:4).

¿No es Isaías quien dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento esta en Ti; porque en Ti confía”? (Isa. 26:3).

¿Y nuevamente, “El resultado de la justicia será paz; y el efecto de la justicia, reposo y certeza para siempre”? (Isa. 32:17).

¿No es Pablo quien dice a los Romanos: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús nuestro Señor?” (Rom. 8:38,39)

¿No es también el que dice a los Corintios: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos?” (2 Cor. 5:1).

¿Y nuevamente “Estamos siempre confiados, sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor”? (2 Cor. 5:6).

¿No es el que le dice a Timoteo: “Porque yo sé en quien he creído y estoy seguro que El es capaz de guardar lo que he confiado a El”? (2 Tim. 1:12).

¿Y no es él quien habla a los Colosenses de la “plena certeza de entendimiento” (Col. 2:2) y a los Hebreos de la “plena certeza de la fe” y la “plena certeza de la esperanza”? (Heb. 10:22, 6:11).

¿No es Pedro quien expresivamente dice “Sean diligentes en hacer su llamado y elección seguros”? (2 Ped. 1:10)

¿No es Juan el que dice: “Sabemos que hemos pasado de muerte a vida”? (1 Jn. 3:14)

¿Y otra vez: “Estas cosas que he escrito para que crean en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna? (1 Jn 5:13).

Y otra vez: “Sabemos que somos de Dios”? (1 Jn 5:19).

¿Qué diremos de estas cosas? Deseo hablar con toda humildad sobre cualquier punto de controversia. Aunque siento que soy sólo un pobre hijo de Adán falible, debo decir que en los pasajes que he citado veo algo mucho más elevado que las meras “esperanzas” y “confianzas” con las cuales muchos creyentes parecen estar satisfechos hoy en día. Veo el lenguaje de la convicción, confianza, conocimiento –no, podría casi decir, certeza. Y siento, para mí mismo, si tomara estas Escrituras en su significado simple y obvio, que la doctrina de la certeza es verdadera.

Más aún, mi respuesta para todos aquellos a los que no les gusta la doctrina de la certeza porque bordea en la presunción, es que difícilmente puede ser presuntuoso caminar en los pasos de Pedro y Pablo, de Job y de Juan. Ellos eran reconocidamente humildes y hombres sin pretensión y aun así hablan de su propio estado con una esperanza segura. Esto debería enseñarnos que una profunda humildad y una certeza firme son perfectamente compatibles, y que no existe necesariamente conexión entre la confianza espiritual y el orgullo.

Aún más, mi respuesta es que muchos, incluso en los tiempos modernos, han logrado la esperanza segura de la forma en que nuestro texto lo expresa. No concederé ni por un momento que ella era un privilegio especial confinado a los días de los apóstoles. Ha habido en nuestra tierra muchos creyentes que han parecido caminar en una casi ininterrumpida comunión con el Padre y el Hijo, que parecieron disfrutar de un sentido casi incesante de la luz del rostro brillante reconciliado de Dios sobre ellos, y han dejado su experiencia en los registros. Podría mencionar nombres bien conocidos, si el espacio me lo permitiera. Esta cosa ha sido y es- y eso es suficiente.

Por último, mi respuesta, es: no puede haber error en sentirse confiado en un asunto en que Dios habla incondicionalmente; creer decididamente cuando Dios promete decididamente, tener la segura convicción de perdón y paz cuando descansamos en las palabras y el juramento de Aquel que nunca cambia. Es un error grave suponer que el creyente que siente esa certeza está descansando en lo que ve en sí mismo, cuando simplemente se abandona al Mediador del Nuevo Pacto y la verdad de la Escritura; cuando cree que el Señor Jesús quiere decir lo que El dice y toma Sus palabras. La certeza, después de todo, no es más que una fe desarrollada, una fe férrea que se agarra a la promesa de Cristo con ambas manos, una fe que arguye como el buen centurión: “Del Señor una palabra solamente, y seré sanado. ¿Entonces por qué dudaré?” (Mat. 8:8).

Podemos estar seguros de que Pablo es el último hombre del mundo que construiría su certeza en algo propio de sí mismo. Quien podía calificarse a sí mismo como “el máximo de los pecadores” (1 Tim. 1:15) tenía un profundo sentido de su propia culpa y corrupción. Pero también tenía un profundo sentido de la longitud y profundidad de la justicia de Dios imputada a sí mismo. El que podía gritar: “Miserable de mi” (Rom. 7:24), tenía una clara visión de la fuente de maldad que había en su corazón. No obstante, también tenía una visión más clara aún de que otra Fuente podía “remover todo pecado e inmundicia”. Aquel que se pensó a sí mismo “menos que el más pequeño de todos los santos” (Efe. 3:8), tenía un vívido y permanente sentimiento de su propia debilidad, pero también tenía un sentimiento aún más vívido de la promesa de Cristo, “mi oveja nunca perecerá” (Jn. 10:28), que no podía ser quebrantada. Pablo sabía, si algún hombre puede, que él era una pobre, frágil corteza flotando en un océano tormentoso. El vio, si alguno pudo, las olas ondulantes y la rugiente tempestad que lo rodeaban. Sin embargo se despojó de sí mismo y miró a Jesús y no sintió temor. El recordó el ancla dentro del velo, que es a la vez “segura y firme” (Heb. 6:19). Recordó la palabra y el trabajo y la constante intercesión de Aquel que lo amó y se dio a sí mismo por él. Y eso fue, y nada más que eso, lo que lo habilitó a decir valientemente “Una corona está dispuesta para mi, y el Señor me la dará”, y para concluir tan seguro “El Señor me preservará, nunca seré confundido”.

Traducido por Erika Escobar
Descubriendo el Evangelio

http://descubriendoelevangelio.es/2011/08/santidad-7-certeza/

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