Jesús Esperanza de Gloria

Jesús Esperanza de Gloria

domingo, 19 de enero de 2020

Las figuras de Cristo

El maná y la peña de Horeb
El maná es llamado en la Sagrada Escritura el pan de los Ángeles, el pan del cielo. “Diste a tu pueblo el alimento de los ángeles; tu le hiciste llover pan preparado sin trabajo alguno, que contiene en sí todo deleite (Sab XVI 20-21); Jesucristo es el verdadero pan de los ángeles bajado del cielo: moisés, dice, no le dio de ninguna manera el pan del cielo… soy yo quien soy el pan de vida. Sus padres comieron el maná del desierto y murieron; este pan ha bajado del cielo y el  que coma de él no morirá (Jn IV 32, 48-51).
El maná fue dado a los hebreos después de la salida de Egipto, en el desierto, hasta su entrada a la tierra prometida; el verdadero pan del cielo es para aquellos que, salidos del pecado, atraviesan esta vida como un desierto, aspiran al cielo, donde verán a Aquél en quien creen.
Para calmar la sed del pueblo en medio de las arenas candentes del desierto, Moisés golpeó la roca y sacó benéficas aguas; para calmar las inquietudes de los hombres en medio de las sequedades de esta vida, Jesús permitió que de sus llagas dolorosas cayera sobre ellos el rocío de la gracia divina: EL que beba del agua que yo le diera, dice a la samaritana, no volverá a tener sed; pero el agua que le de será para él una fuente de agua que brotará hasta la vida eterna”.

El chivo expiatorio
No es sino hasta el chivo expiatorio, que no hay semejanza con Jesucristo (Huet). El chivo expiatorio recibía la maldición de todos los pecados de Israel, era cazado a través del desierto donde iba a perderse; Cristo, siguiendo las palabras del Apóstol, quiso ”tomar todos nuestros pecados en su cuerpo” y, cargado de este fardo, fue conducido fuera de Jerusalén condenado a muerte.

Los sacrificios
En la antigua ley, había dos clases de sacrificios: el sacrificio sangriento y el sacrificio no sangriento; desde que Cristo confirmó su nueva alianza, hubo, en los cristianos el sacrificio sangriento del Calvario y permanece el sacrificio incruento de nuestros altares.
La materia del sacrificio incruento, bajo la ley antigua, era harina y vino; la materia del sacrificio incruento bajo la nueva ley es el pan y el vino.
Todos los sacrificios de la Antigua Ley era ofrecidos por cuatro fines principales: adorar, agradecer, pedir y expiar; el sacrificio de la Nueva Alianza encierra en él sólo todas estas ventajas: es un sacrificio de adoración de acción de gracias, de petición y expiación.
En la Antigua Ley, para realizar todos los sacrificios, se inmolaba cada día, mañana y tarde, un cordero sin mancha; para perpetuar el sacrificio del calvario, que reemplaza todos los sacrificios antiguos, el Cordero de Dios se inmola cada día y a cada hora del día y de la noche sobre nuestros altares.
En resumen, todos los sacrificios de la Antigua Ley no eran sino la figura del sacrificio de Jesús como la Antigua Ley misma no era sino figura de la Nueva.

La serpiente de bronce
Moisés, por orden de Dios, hizo fabricar una serpiente de bronce cuya contemplación curaba las mordeduras hechas por serpientes venenosas: “De la misma manera, es necesario que el Hijo del Hombre sea elevado, para que cualquiera que crea en el no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn III, 14, 15). Con excepción del veneno, la serpiente de bronce se asemejaba a las otras serpientes; el Hijo de Dios fue enviado en una carne semejante a la del pecado. Con excepción del pecado, experimentó, como nosotros, todas las tentaciones.
La serpiente erigida por Moisés fue elevada en el aire; Jesús mismo fue elevado en el aire y suspendido sobre una cruz.
La serpiente de bronce fue elevada como un signo de curación; Jesús de acuerdo a la profecía del anciano Simeón, fue enviado para ser un “signo de contradicción”.

Aarón
Aarón es el pontífice de la Antigua Alianza; Jesús es el Pontífice de la Nueva Alianza.
Aarón está consagrado al servicio de Dios con el óleo santo; la palabra Cristo significa consagrado por unción santa.
Aarón entraba solo, una vez al año al Sancta Sanctorum, no sin llevar sangre que ofrecía por si ignorancia y por la del pueblo; Jesucristo entró una vez en el Santuario con su propia sangre, a cuyo precio nos conquistó una eterna redención
Aarón debía cargar las iniquidades de los hijos de Israel por las faltas cometidas en los sacrificios; Jesús “tomó sobre él nuestras debilidades y cargó nuestros dolores; fue herido por nuestras iniquidades y quebrado por causa de nuestros crímenes”, dice el Profeta Isaías.
Aarón  era el mediador entre Dios y el pueblo hebreo; no hay más que un mediador entre Dios y los hombres, dice san Pablo, es Cristo Jesús”.
Cuando el fuego del cielo caía sobre Coré, Dathán y Abirón, Aarón de pie entre los muertos y vivos, oraba por el pueblo y la peste cesó; para impedir que la humanidad pereciese bajo la multitud de los pecados, Cristo vino a liberarnos y a ponernos a salvo.

Josué
El nombre Josué quiere decir Salvador; el nombre Jesús, también, significa Salvador.
Josué era guerrero; Jesús vino a manejar la espada de la palabra.
Josué sucedió a Moisés después de su muerte; Jesús vino a traer al mundo ka ley nueva para reemplazar la ley mosaica.
Fue Josué, y no Moisés quien introdujo a los hebreos en la tierra prometida, después del paso del Jordán; es la nueva ley de Cristo y no la ley antigua dada por Moisés, la que nos introduce en el cielo, después de hayamos sido purificados por las aguas del bautismo.
Josué hizo elevar un altar con doce piedras tomadas del lecho del Jordán; Jesús eligió doce apóstoles que destinó a ser el fundamento de su Iglesia y les da un jefe cuyo nombre es Pedro (piedra).
Josué fue “grande para salvar a los elegidos de Dios, para derribar a los enemigos que se elevaban, con el fin de conquistar la herencia de Israel”; Jesucristo es el “león de la tribu de Judá, que domina a sus enemigos y los quebrará como vaso de alfarero”.

Gedeón
Entre los patriarcas, si pasamos a los jueces de Israel, encontramos, también, en algunos de ellos, elementos de semejanza con Aquel que un día ha de juzgar a los vivos y a los muertos.
Gedeón es el último entre sus hermanos; Jesucristo quiso aparecer como el último de los hombres.
La misión de Gedeón le fue manifestada por milagros; de la misma manera, fue por medio de milagros que Jesucristo demuestra su misión divina.
Gedeón, a pesar de su debilidad, fue elegido por Dios para liberar a su pueblo de la tiranía de los Madianitas; Jesús, a pesar de su debilidad aparente, fue elegido por Dios para liberar al mundo de la tiranía del demonio.
Gedeón, antes de liberar a su pueblo, ofrece un sacrificio; Nuestro señor no libera al mundo sino después de ofrecerse como sacrificio en la cruz.
Los soldados de Gedeón no se detenían ni para beber; para convertir al mundo, los apóstoles olvidaban las cosas más necesarias para la vida.
Los soldados de Gedeón no tienen más que trompetas y antorchas; los apóstoles de Jesús no tienen más que la trompeta de la predicación y la antorcha de la caridad.
Gedeón triunfa sobre los madianitas con una pequeña hueste; con doce apóstoles, Jesucristo hace la conquista del mundo.
Esta figura, agregada a las enseñanzas precedentes, nos muestra que nuestro Señor salvará al mundo por los medios más débiles.

Sansón
El nombre Sansón significa sol; Jesús es llamado “Sol de justicia”. Un ángel apareció a la madre de Sansón y le dijo: “Eres estéril y no tienes hijos, pero concebirás y parirás un hijo que será nazareno de Dios. Es él quien comenzará a liberar a Israel de los filisteos. El ángel Gabriel dijo a María: He aquí que concebirás en tu seno y parirás un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de sus pecados”. Y Jesús habitó en Nazareth, cumpliendo la profecía: “Será llamado Nazareno”.
Sansón eligió su mujer de entre los filisteos y le confió sus secretos; Jesús forma su Iglesia de pueblos paganos y le confía el depósito de su doctrina.
Sansón, sin armas, encontró un leoncillo que separó en partes. Jesucristo, si armas, domó a los gentiles y les hizo aceptar su yugo.
Sansón mató mil filisteos con la quijada de un asno; Jesús triunfa sobre sus enemigos por medio de la simplicidad de sus apóstoles y sus santos.
Encerrado en Gaza, Sansón arranca, en medio de la noche las puertas con los cerrojos y las lleva a través de una emboscada de soldados hasta lo alto de una montaña; encerrado tres días en la tumba, Jesús quiebra, durante la noche, las puertas y los cerrojos de la muerte, y las carga a través de sus gradas hasta el cielo, donde la muerte nada puede contra él ni contra sus elegidos.
Sansón muere voluntariamente, bajo las ruinas de un edificio que derriba y, a través de su muerte, destruye  más enemigos de los que mató en vida; Jesús, muriendo voluntariamente, derriba el poder del demonio a quien hizo más daño mediante su muerte voluntaria que durante su vida.
Esta figura de sansón nos revela que el Mesías nacerá de una manera milagrosa, que elegirá la Iglesia, su esposa, entre los gentiles, y que a través de su muerte obtendrá una victoria completa sobre el demonio, coronamiento de todas sus obras.

Samuel
Samuel, hijo único de una madre hasta entonces estéril, fue consagrado por ella al nazareato: Jesús, hijo único de una Virgen, pasó la mayor parte de su vida en Nazareth.
“El joven Samuel, leemos en el primer libro de los Reyes, crecía y complacía tanto a Dios como a los hombres (I Re, XX 26)”; “Jesús, dice el evangelista, crecía en sabiduría lo mismo que en edad y en gracia delante de Dios y delante de los hombres (Lc II.52)”.
Samuel fue sacerdote y profeta; Jesús es el sacerdote eterno y el profeta por excelencia.

David
Después de los Jueces, llega el turno de los tres Reyes, que van a aumentar aun más y precisar la semejanza con Jesús, el Rey eterno de los siglos.
David, nacido en Belén, recibió de Samuel la consagración real por orden de Dios; Jesús, nacido en Belén, fue establecido rey por Dios sobre Sión, su montaña santa.
David, con un golpe de honda, derribó al gigante Goliat; Jesús, con su cruz doma a Satán, príncipe de los infiernos.
David no llegó a reinar sobre la casa de Israel sino luego de grandes trabajos y de numerosas persecuciones; Jesús no fue reconocido como el  Rey de reyes sino después de 33 años de humillaciones, y después de tres siglos contra su Iglesia.
David regresó a Jerusalén el arca de la alianza que había sido secuestrada por los Filisteos; Jesús, después de haber quebrado el poder del demonio, estableció su Iglesia sobre una base firme.
David fue el triste testigo de la división y de la guerra entre sus hijos: Jesús, nuestro padre, es todavía el testigo de las caídas y de los crímenes de los hombres que son sus hijos.
David es a la vez rey y profeta; Jesús es el Rey de reyes, desde la fundación de su Iglesia, fue frecuentemente traicionado, abandonado, expuesto al odio de muchos.
David terminó por triunfar sobre todos sus enemigos; Jesucristo triunfa siempre sobre todos sus enemigos.
Esta figura nos enseña que el Mesías será rey y que no es sino a fuerza de trabajos y contradicciones que llegará a fundar su imperio.

Salomón
A pesar de su caída, los santos Padres, no sólo no dejaron de ver a Salomón como una figura del Mesías, sino que lo vieron glorioso y triunfante.
El nombre Salomón significa paz; Jesús es Príncipe de la paz; la mayor parte de los profetas lo llaman el “conquistador pacífico”.
Salomón toma por esposa a la hija del rey de Egipto; Jesús elige la Iglesia, su esposa, entre los Gentiles.
Después de las guerras y las conquistas de David, Salomón tuvo un reinado tranquilo y glorioso; después de sus luchas y sus victorias terrestres, Jesús sube al cielo donde su reino no tendrá fin.
Los judíos y los tirios, invitados por Salomón, se unieron para la construcción del templo e Salomón; los judíos y los Gentiles, llamados por Jesucristo, se unieron para fundar la Iglesia.
La sabiduría de Salomón era renombrada en tierras lejanas y atraía a los reyes de las naciones con ricos presentes; la sabiduría de Jesucristo, conocida en el mundo entero, hace afluir hacia él a los reyes y los pueblos que ponen a sus pies sus corazones y sus riquezas.
La reina de Saba, atraída por todos los elogios que se hacía a Salomón, fue a admirar su sabiduría y sus riquezas; la Iglesia primitiva, compuesta en gran parte de paganos convertidos, se entregó enteramente a Jesús, vencida por la sublimidad de su doctrina, por sus virtudes y su gracia.

Jeremías
Jeremías, santificado en el seno de su madre, permanecerá virgen durante toda su vida; Jesús es la santidad misma, la pureza por excelencia.
Desde su infancia, Jeremías fue elegido por Dios para enseñar al pueblo la voluntad divina; Jesús vino a la tierra para traer a los hombres la nueva ley que debían cumplir.
Jeremías vino a desviar a muchos judíos del culto a los ídolos Jesús vino a sacar a los hombres de las tinieblas de las idolatría para conducirlos al conocimiento del verdadero Dios.
Jeremías fue, por causa de su piedad y de sus actos buenos, maltratado por el pueblo judío, al que quería sacar del mal camino; Jesús, debido a los milagros y a las curaciones que operó, fue acuitado y condenado por los judíos.
Jeremías soportó con dulzura y paciencia las injurias y los malos tratos, pidiendo incluso perdón por aquellos que lo maltrataban; Jesús aguantó sin decir nada los insultos y los golpes y, sobre la cruz, pidió a Dios perdón por los sayones.
Para vengar a su servidor, Dios castigó duramente a la nación judía; algún tiempo después de la muerte de Jesús, Dios permitió que en expiación de sus crímenes, el pueblo judío perdiera su nacionalidad.

Jonás
Jonás, durante una tempestad espantosa, cuando los marineros temblaban por sus vidas, dormía tranquilamente; Jesús, sentado en una barca con sus apóstoles, duerme en medio de los furores de la tempestad.
Antes de arrojar al mar, los marineros oraron al Señor para que no se les imputara el crimen de la muerte de un inocente; Pilatos, antes de entregar a Jesús a la muerte, se lava las manos diciendo: “Soy inocente de la sangre de este justo”.
Jonás fue arrojado al mar para salvar el equipaje y de inmediato las olas se apaciguaron; Jesús da su vida para salvar al mundo.
“Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena; igualmente, el hijo del hombre estaría en el seno de la tierra tres días y tres noche (Mat XII 40)
Jonás clamó al Señor: “He sido rechazado delante de tus ojos”; Jesús sobre la cruz exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Jonás, arrojado vivo del seno de la ballena, predicó la penitencia a los ninivitas, que se convirtieron; “Hagan penitencia, dice Jesús, porquen el reino de los cielos está cerca”

Zorobabel y Jesús, hijo de Josedec
Finalmente, los dos jefes que sacaron a los judíos de la cautividad son también figuras del Mesías: Zorobabel, como Jefe civil, Jesús, como jefe religioso.
Zorobabel, de la raza de David, se encargó de conducir a Jerusalén a los judíos liberados de la cautividad de Babilonia; el Mesías, hijo de David, vino a la tierra para sacar a los hombres de la servidumbre de este mundo y conducirlos a la Jerusalén celeste.
Zorobabel reconstruyó el templo de Jerusalén; Jesucristo construyó el edificio de su Iglesia con las “piedras vivas” que son los cristianos. (I Pe 5).
El sumo sacerdote, hijo de Josedec, fue, con Zorobabel, el guía de los judíos que regresaban de la cautividad; la sagrada Escritura lo representa revestido con hábitos sórdidos, con Satán a su derecha, para hacerle la guerra (Zac III, 1 a 3); Jesús, sumo sacerdote de la nueva ley, vino a liberar a los hombres de la cautividad del pecado. Para esto, se revistió con nuestra débil y humana naturaleza y declaró a Satán una guerra sin cuartel.
“Un ángel, dice el profeta, hizo quitar a Jesús, hijo de Josedec, sus vestiduras, lo revistió con un hábito precioso y le colocó sobre la cabeza una tiara resplandeciente”; Jesucristo, después de haber dejado sus despojos humanos, para revestir la inmortalidad, fue a recibir en el cielo la diadema del triunfo.
El ángel dijo al hijo de Josedec: “Gobernarás mi casa y guardarás mi templo (zac III 7)” Jesucristo fue establecido por su Padre Juez soberano del universo y guardián de toda la Iglesia.
El hijo de Josedec trabajó en la restauración del templo; Jesús fundó una Iglesia que es el templo del Dios vivo.
Es así como, en el curso de los siglos, el Dios de bondad, consolaba, y alentaba  a los hombres en sus desventuras, recordándoles frecuentemente, por imágenes sensibles. Al Redentor que los libraría de sus males, que daba ya merito a sus obras y que les devolvería todos los bienes que habían perdido.
Dios hizo aparecer esta larga secuencia de figuras también para nosotros. Afirmaba, mediante ella,  nuestra creencia, mostrándonos que la religión cristiana extiende sus raíces hasta los tiempos más alejados, y que es el cumplimiento de un designio comenzado en el origen del mundo y desarrollado sucesivamente durante cuarenta siglos.

El deseado de las naciones
Y ahora puede venir el Mesías esperado, figurado y profetizado; es según la palabra del profeta Ageo; “el deseado de todas las naciones”. El universo entero lo llama con todas sus voces y repite con los profetas:
¡“Oh Sabiduría, salida de la boca del Altísimo, que lo alcanza todo de un extremo a otro y dispone todo con fuerza  y dulzura, ven a enseñarnos el camino de la prudencia!”.
¡“Oh Adonai, oh Jefe de la casa de Israel que te apareciste a Moisés en la llama de una zarza ardiente, y le diste la ley sobre el Sinaí, ven a extender tu brazo para rescatarnos!
¡“Oh brote de Jesé, que has sido expuesto delante de las naciones como un estandarte, delante del cual los reyes guardarán silencio, a quien las naciones vendrán a ofrecer sus oraciones, ven a liberarnos sin tardanza!”
“Oh llave de David, cetro de la casa de Israel, que abres, sin que nadie pueda cerrar, que cierras sin que nadie pueda abrir, ven a sacar al prisionero del calabozo en el que está sentado en tinieblas a la sombra de la muerte!”
“Oh Oriente, esplendor de la luz eterna, Oh sol de justicia, ¡ven a iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte!”
“Oh Rey de los pueblos, Deseado de las naciones, piedra angular, que de dos pueblos no haces más que uno solo, ven a salvar al hombre que formaste del limo de la tierra!”
“Oh Emmanuel, nuestro Rey y nuestro legislador, la Espera y el Salvador de las naciones, ve y sálvanos, oh Señor, Dios nuestro (Antífonas de Adviento).

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