Jesús Esperanza de Gloria

Jesús Esperanza de Gloria

domingo, 14 de abril de 2013

Joven, cuídate del amor al placer.


por J.C. Ryle

La juventud es el tiempo en que nuestras pasiones son más fuertes y, como un niño ingobernable, clama por indulgencia a la mayor intensidad de la voz. La juventud es el tiempo en que por lo general disfrutamos de la mejor salud y la mayor fortaleza. La muerte parece estar muy distante, y el gozar y disfrutar en esta vida parece constituirlo todo. La juventud es el tiempo en que la mayoría de la gente tiene pocas preocupaciones o ansiedades terrenales que absorban su atención. Y todas estas cosas hacen que los jóvenes piensen más que todo en el placer. "Yo le sirvo a los apetitos carnales y al placer": Esa sería la respuesta real que muchos jóvenes darían si se les preguntara: "¿De quién eres tu siervo?" 

Joven, tiempo me faltaría si hubiera de enumerarte todos los frutos que este amor al placer produce, y todas las maneras en que te perjudicaría. ¿Por qué he de mencionar las parrandas, las fiestas, la bebida, las apuestas, la afición al teatro, el baile y cosas por el estilo? Pocos hay que no conozcan algunas de estas cosas por amarga experiencia. Y estos son sólo ejemplos. Todo lo que proporciona una sensación excitante por un tiempo, todo lo que ahoga el pensamiento, y mantiene la mente en un constante remolino, todo lo que complace los sentidos y gratifica la carne; estas son las clases de cosas que tienen un poder extraordinario en este tiempo de tu vida, y deben su poder al amor al placer. Estate en guardia. No seas como aquellos de quienes habla Pablo: "...amadores de los deleites más que de Dios" (2 Timoteo 3:4).  Recuerda lo que te digo: los placeres terrenales son los asesinos de las almas de aquellos que se apegan a ellos. No existe un camino más seguro para cauterizar la conciencia y un corazón duro e impertinente, que abrir paso a los deseos de la carne y de la mente. Al principio aparenta ser nada, pero a la larga se revela su efecto. Considera lo que dice Pedro: "...os ruego...que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma" (1 Pedro 2:11). Estos deseos destruyen la paz del alma, agotan su fuerza, la llevan a severa cautividad y la hacen una esclava.  Considera lo que Pablo dice: "Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros" (Colosenses 3:5). "Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos" (Galatas 5:24). "Golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre" (1 Corintios 9:27). Una vez el cuerpo fue una mansión perfecta para el alma; ahora esta totalmente corrompida y desordenada, y necesita constante vigilancia. Es una carga para el alma, no un compañero; un estorbo, no una ayuda. Podría convertirse en un siervo útil, pero es siempre un mal amo. 

Considera una vez más las palabras de Pablo: "Vestíos...del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne" (Romanos 13:14). "Estas", dice Leighton, "son las palabras cuyo contenido caló tanto en Agustín, que de un licencioso joven se convirtió en un fiel siervo de Jesucristo." Joven, mi deseo es que este pueda ser el caso tuyo. 

Recuerda una vez más, en caso de que te apegues a los placeres terrenales, que todos estos son vacíos y vanos, y no satisfacen. Al igual que las langostas de la visión en el libro de Apocalipsis, parecen tener coronas en sus cabezas; pero esas mismas langostas, encontrarás que tienen aguijones --aguijones reales-- en sus colas. No todo lo que brilla es oro. No todo lo que sabe dulce es bueno. No todo lo que place por un tiempo es placer genuino. 

Vé y sáciate de placeres terrenales si así lo deseas, pero nunca hallará tu corazón satisfacción con ellos. Siempre habrá una voz en tu interior clamando como la sanguijuela en los Proverbios: "¡Dame! ¡dame!" (Proverbios 30:15). Hay allí un vacío que únicamente Dios puede llenar. Encontrarás, como lo hizo Salomón por experiencia, que los placeres terrenales no son si no una vana apariencia, "vanidad y aflicción de espíritu" (Eclesiastés 2:10,11), "sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia" (Mateo 23:27). Mejor sé sabio a tiempo. Mejor etiqueta como "veneno" a todos los placeres terrenales. Los más legítimos de ellos deben ser usados con moderación. Todos ellos son destructores de almas si les das tu corazón. "El placer," dice Adams, comentando acerca de Segunda de Pedro, "debe primero tener la garantía de que sea sin pecado, y entonces la medida, de que sea sin exceso." 

A estas alturas no voy a cohibirme de hacerte un llamado a que recuerdes el séptimo mandamiento; a que te guardes del adulterio y la fornicación, y de todo tipo de impureza. Me temo que con frecuencia no se habla claramente sobre esta parte de la ley de Dios. Pero cuando veo como los profetas y los apóstoles han tratado este tema, cuando observo la manera abierta en que los reformadores de nuestra propia iglesia lo denunciaron, cuando veo el número de jóvenes que anda en los pasos de Rubén, de Ofni, de Finees, de Amnon; yo por lo menos no puedo, con buena conciencia, estar en paz. Dudo de si el mundo es un tanto mejor por el excesivo silencio que prevalece alrededor de este mandamiento. Por mi parte, creo que sería una delicadeza falsa y antiescritural si al dirigirme a hombres jóvenes, no hablara de aquello que es preeminentemente "el pecado del hombre joven."  La violación del séptimo mandamiento constituye el pecado que más que todos los demás, como dice Oseas: "quita el juicio" (Oseas 4:11). Este es el pecado que deja cicatrices más profundas en el alma que cualquier otro pecado que el hombre pueda cometer. Este es el pecado que mata sus miles en cada época y ha derribado a no pocos de los santos de Dios en el pasado. Lot, Sansón y David son temibles muestras. Este es el pecado al cual el hombre se atreve a sonreír y lo atenúa bajo los nombres de diversión, inconsistencia, travesura, desvarío e irregularidad. Pero es el pecado sobre el cual el diablo peculiarmente se regocija porque él es el "espíritu inmundo;" y este es el pecado que Dios particularmente aborrece y el cual Él declara que "juzgará" (Hebreos 13:4).  Joven, "huye de la fornicación" (1 Corintios 6:16) si amas la vida. "Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia" (Efesios 5:6). Huye de las ocasiones de caer en fornicación, de la compañía de aquellos que podrían llevarte a esto, de los lugares donde podrías verte tentado. Lee lo que nuestro Señor dice acerca de la misma en Mateo 5:28. Sé como el justo Job: "Hice pacto con mis ojos" (Job 31:1). Huye de hablar de la fornicación. Es una de las cosas que no convienen ni aun nombrarse (Efesios 5:3). Tu no puedes jugar con lodo sin ensuciarte. Huye de pensar en ella; resiste estos pensamientos, mortifícalos, ora contra ellos, haz cualquier sacrificio antes que ceder. La imaginación es el huerto donde con frecuencia crece este pecado. Guarda tus pensamientos y poco habrá que temer en cuanto a tus acciones.  

Considera el consejo que te he estado ofreciendo. Si olvidas todos los demás, no olvides este. 

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